jueves, 12 de agosto de 2010

Ojos de obsidiana

.....En la foto aparecía una niña india, de unos siete años. El pelo un tanto enmarañado y manchas en la cara. Tomaba en brazos a un bebé lo sufucientemente grande para que ya le pesase demasiado. Sus ojos de obsidiana se clavaban en el estómago de todo aquel que osase mirar el retrato.
.....Ganó el Publitzer de ese año. Hubo entrevistas en los medios. La foto se publicó por todo el mundo civilizado. Se abrió un intenso debate a nivel mundial sobre la pobreza y la niñez. No hubo nadie que se quedase sin verla.
.....Sólo debieron pasar unas cuantas semanas para que ella se evaporase de la mente de todos, incluso de la del Fotógrafo, ebrio del golpe de fama y fortuna, vacío.
* * *
.....Puerto Iguazú. El Fotógrafo almorzaba a la puerta de un bar. Un indio de rostro yermo se acercó a su mesa. Llevaba en la cabeza un tocado de plumas, que le daban una imagen de patético guerrero, de disfrazado. En los brazos agitaba collares de semillas que sonaban en un tintineo de simulacro de rito. El Fotógrafo rechazó el ofrecimiento con un gesto negativo de su mano, sin levantar la vista del cuaderno donde escribía.
.....El indio se fue, y al apartarse se reveló la presencia de la niña, que estaba detrás de él, parada con su hermana en los brazos; parecía que se le iba a caer, pero la sujetaba con decidida seguridad. Se acercó más hasta quedar pegada al extranjero.
.....El Fotógrafo levantó la mirada, que chocó repentina con aquellos ojos milenarios. Obnubilado, agarró la cámara y disparó, mientras el padre indio, inquieto, tenso, callados los collares, observaba dispuesto a intervenir.
.....El Fotógrafo no podía dejar de mirar a los ojos de la niña, hiptonitazo por su oscuridad de nada y de todo. Ella señaló a la hamburguesa que, ya fría, él había olvidado en el plato por estar sumergido en sus notas y pensamientos. Se la dio; y aquella pequeña con ojos de anciana y de chamán se fue sin más tras su padre, sin haberle dicho nada, perdiéndose en el calor del aliento de la selva, llevando a cualquier otra parte las pupilas de obsidiana que, en silencioso sacrificio, le habían sacado el corazón a aquel hombre, dejándolo vacío para siempre.